Manuel María Madiedo(1815-1888). "AL MAGDALENA"

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Ríos y Poesía

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(1815-1888)

Escritor, político, publicista y editor colombiano que nació en Cartagena, el 14 de septiembre de 1815, y murió en Santafé de Bogotá, el 6 de septiembre de 1888. La labor periodística ocupó gran parte de su vida, siendo asiduo colaborador en numerosos periódicos nacionales, como El Catolicismo, La Ilustración, La Imprenta, Veteranos de la Libertad, Investigador Católico, La Voz, La Voz de la Patria y La Voz del Tolima. Además colaboró en El Comercio (San José de Cúcuta), La Libertad (Medellín), La Matricaria (Popayán), La RevistaMunicipal (Zipaquirá), El Correo de los Estados, El monitor Industrial, El Porvenir, ElConservador, La Alianza, La Palabra, La Patria, La Patria Colombiana y La Prensa (Santafé de Bogotá). Es considerado como uno de los ideólogos del partido conservador, defensor de la doctrina católica. Sus escritos se caracterizan por el tratamiento de temas nacionales. Además, fue dramaturgo, novelista y poeta, dejando diversas obras en distintos géneros, entre las que se cuentan las comedias: Tres diablos sueltos, Una mujer de las que no se usan, El doctor Berenjena; los dramas: La niña de la posada, Coriolano; las novelas: La maldición, Nuestro siglo XIX; y los libros en verso: Poesías, El 25 de septiembre. El boga del Magdalena es quizás la obra que más característica; en ella narra el carácter y los rasgos culturales de los habitantes de la ribera del río Magdalena. Su pensamiento cristiano quedó consignado en los textos La ciencia social o el Socialismo Filosófico, Derivación de las grandes armonías morales del cristianismo, Catolicismo y la Libertad, Tratado de Derecho de gentes, Flores y armonías o la Divina profundidad de la filosofía del Evangelio. También dio a conocer una importante colección de obras extranjeras, de diverso carácter y procedencia.

Texto extraído de www.mcnbiografias.com"

AL MAGDALENA

¡Salud, salud, majestuoso río!...

Al contemplar tu frente coronada

De los hijos más viejos de la tierra,

Lleno sólo de ti, siento mi alma

Arrastrada en la espuma de tus olas,

Que entre profundos remolinos braman,

Absorberse en las obras gigantescas

De aquel gran Ser que el infinito abraza. 

¿Qué fuera aquí la fábula difunta 

De las ninfas de Grecia afeminada,

Al lado del tremendo cocodrilo

Que sonda los misterios de tus aguas?

No en tus corrientes nada el albo cisne.

Sólo armonioso en pobres alabanzas;

Pero atraviesan tu raudoso curso

Enormes tigres y robustas dantas;

Cadáveres de cedros centenarios

Tus varoniles olas arrebatan.

Como del techo del pastor humilde

Las tempestades la ligera paja.

No nadan rosas en tus aguas turbias,

Sino los brazos de la ceiba anciana.

Que desgarró con hórrido estampido

El rayo horrendo de feroz borrasca.

Veo serpientes que tus aguas surcan

Cuyos matices a la vista encantan,

Y oigo el ronquido del hambriento tigre

Rodar sobre tu margen solitaria;

Mientras salvaje el grito de los bogas

Que entre blasfemias sus trabajos cantan,

Vuela a perderse en tus sagradas selvas,

Que aun no conocen la presencia humana.

¡Oh, qué serían Sátiros y Faunos

Bailando al son de femeniles flautas,

Sobre la arena que al caimán da vida

En tus ardientes y desiertas playas!...

¡Ah, qué serían cerca de los bogas

Que rebatiendo las calludas palmas.

En el silencio de solemne noche

En derredor de las hogueras danzan

Acompasados, al rumor confuso

De tus mugientes y espumosas aguas,

Que acaso llega a interrumpir no lejos

Del ronco tigre seca la garganta!...

Yo los he visto en una oscura noche

Dando a los aires la robusta espalda,

Sobre la arena que marcado habían

De las tortugas la penosa marcha,

Y del caimán la formidable cola,

Y de los tigres la temible garra.

Yo los he visto en derredor del fuego

Danzar al eco de sonora gaita.

Mientras silbaba el huracán del Norte

Sobre tus olas con sañuda rabia.

Yo los he visto juntos a la hoguera

Cavar ansiosos tus arenas blandas,

Y en sus entrañas despreciar el lecho

Del más pomposo femenil monarca.

Aun me figuro que sus rostros veo

Del trémulo relámpago a la llama,

Con los ojos cerrados, cual si fueran

Los despojos de un campo de batalla.

No muy lejos de allí, menos salvaje

Sobre tu arena inculta y abrasada,

El caimán abandona tus corrientes

Y junto al boga sin temor descansa.

En vano busca en tu desierta margen

El hombre, que cual débil sombra pasa.

Palacios y ciudades de una hora

Que derrumban del tiempo las pisadas.

El pescador que en tus orillas vive.

Bajo su choza de nudosas cañas.

Que a nadie manda, ni obedece a nadie.

De sí mismo el vasallo y el monarca,

¿No es más dichoso que el abyecto esclavo

Que entre perfumes sus cadenas carga?

¡Yo te saludo en medio de la noche.

Cuando en un cielo plácido y sin mancha

Mira la Juna en tus remansos bellos

Su faz rotunda de bruñido nácar!

¡Yo te saludo, nuncio del Océano!

Todo eres vida, libertad y calma;

Y el hombre libre que sus redes seca

En tu sublime margen solitaria.

Como en Edén nuestros primeros

padres, Sólo de Dios adora la palabra.

Tú te deslizas al través del tiempo

Como la sombra de la acuátil garza,

Sobre la paz de tus fugaces olas

Que de los montes a los mares bajan.

En tus riberas vírgenes admiro

La creación saliendo de la nada.

Grandiosa y bella, cual saliera un día

Del genio augusto que tus olas manda.

¡Corre a perderte en los ignotos mares

Como entre Dios se perderá mi alma!

Cedros y flores ornan tu ribera.

Aves sin fin que con tus ondas hablan.

Cuyos variados armoniosos cantos

De tus desiertos la grandeza ensalzan.

¡Yo te saludo, hijo de los Andes!

¡Puedas un día fecundar mi patria,

Libre, sin par por su saber y gloria,

Y habrás colmado toda mi esperanza!

Rios y PinturaComentario